domingo, 22 de febrero de 2015

El apoyo gringo a los acuerdos en La Habana


Libardo Sánchez Gómez

La  búsqueda de equidad y justicia social generalmente  se asocia con un  trivial romanticismo, y a quien está dispuesto a ofrendar su vida para lograrlas se le señala como trasnochado soñador. Más no se considera  iluso a quien cree  en las bondades de un modo de producción (capitalismo) esencialmente contradictorio  fincado en una ilusoria “sana competencia” y en el robo de la plusvalía del trabajo; este fatídico modelo luego de más de dos centurias ha demostrado que no puede resolver mínimamente los problemas de supervivencia de las mayorías.  Por esto en el mundo entero  muchos hombres y mujeres, como medida extrema, han recurrido a las armas para defenderse del oprobio y para limar las contradicciones.  Invariablemente el imperio norteamericano está presto a intervenir donde quiera que aparecen grupos de insurgencia armada. Los gringos consideran las luchas de liberación como un ataque directo a sus intereses, pues suponen que todos los bienes terrestres y extraterrestres les pertenecen como asunto de su seguridad nacional.  Han colonizado, en el sentido literal de la palabra, casi al mundo entero;  se puede decir que Colombia es un departamento asociado de EEUU. Los distintos jefes de gobierno fungen simplemente como dóciles vasallos.   No obstante, la omnipotencia de la omnímoda presencia gringa, como común denominador, donde quiera que el monstruo mete las narices sale de allí con el rabo entre las piernas; así ocurrió, por ejemplo, en   Cuba, Corea, Vietnam, China y Argelia. Recientemente en Irak y Afganistán repitieron la historia de derrotas.


Colombia es teatro  del conflicto social y armado interno más largo que país alguno haya soportado.  El  asesinato de labriegos, la violación de sus mujeres y el robo de   tierras y animales, hacia la década de los cuarenta del siglo pasado llevaron a que  un puñado de campesinos de pueblos como Marquetalia, el Pato y Guayabero,  con  Pedro Antonio Marín mejor conocido como Manuel Marulanda Vélez a la cabeza, tuvieran que desempolvar sus morochas de dos cañones,   convirtiéndose en obligados y fieros soñadores.  Tratando  de hacer realidad sus sueños, los campesinos, a los que se han sumado soñadores citadinos,  durante  más de media centuria han luchado aguerridamente contra la oligarquía vándala;  pero ésta  resiste  gracias a que se ha blindado con la tecnología y los dólares del imperio USA, el más sanguinario y con mayores ansias de dominación global que la especie humana haya parido. Y si no fuese por el apoyo   gringo hace tiempos que los soñadores se hubiesen tomado el poder. Precisamente el rey  Obama acaba de designar al virrey Bernard Aronson  para que supervise los diálogos en La Habana y delinee los acuerdos de “paz” para la futura Colombia; según el secretario de Estado  John Kerry, Aronson es “un verdadero conocedor de la región y de extensa experiencia en proceso de paz, pues participó en los diálogos tanto en Nicaragua como en el Salvador”. Y no es sino mirar el  desastre que dejó en Centroamérica ¡pobre Colombia lo que le espera¡ Sin embargo, ya era hora de negociar directamente con el dueño de casa.   Así lo han entendido las FARC, en un comunicado señalan, “Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo (FARC-EP), saludan el anuncio oficial del Secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, sobre la determinación de designar al señor Bernard Aronson como enviado especial de su país, para atender el proceso de paz que se adelanta entre el Gobierno colombiano y nuestra organización insurgente”. Para la insurgencia la presencia directa de los norteamericanos acorta el camino de las negociaciones; afirman, “consideramos una necesidad, tomando en cuenta la presencia e incidencia permanente que Estados Unidos tiene en la vida política, económica y social de Colombia, pudiendo ahora, entonces, coadyuvar al establecimiento de la justicia social, la democracia verdadera y la superación de la desigualdad y la miseria, que es la manera de ir abriendo el camino cierto hacia la paz”. Claro que no deben olvidar que a los gringos la paz con justicia social en Colombia les importa un pepino sólo buscan afanosamente quitar del camino cualquier perturbación que afecte el accionar de sus empresas transnacionales. Tampoco le interesa si los insurgentes van a la cárcel o no y si participan en política, lo importante es que sigan el modelo neoliberal globalizado y se pongan de lado de sus intereses.

Desde la “independencia” (de España) la  clase usurpadora viene traslapando generación tras generación la   historia     de sangre y vejámenes   contra los menos favorecidos en campos y ciudades. Y hoy,  como en aquel entonces, el latifundio armado,  contando con el respaldo de las fuerzas “del orden” estatales y paraestatales, sigue siendo incomparablemente salvaje, inhumano y moralmente repugnante.  Con el agregado que ahora las tierras dedicadas a cultivos de pan coger  se le arrebata al campesino para ponerlas en manos del sector agroindustrial transnacional, para sembrar palma africana y caña dulce con el objeto de producir biocombustibles.  Las políticas agrarias (diseñadas para la postguerra)  van direccionadas a favorecer a los grandes latifundios; cabe citar  la cacareada Ley de restitución de las tierras robadas la cual ha sido hecha al tamaño de  la avaricia de   los propios ladrones,  al respecto dice Allende La Paz, “…la restitución de tierras” que ha implementado casi nada en lo relativo a la verdadera restitución y le ha servido al gobierno y sus bandas de asesinos para masacrar a los dirigentes populares por la restitución de tierras, en aplicación del Terrorismo de Estado de la Doctrina de Seguridad Nacional, aplicado por las fuerzas militares-narcoparamilitares estatales”. Así que los herederos del desarraigo    no pueden siquiera  voltear la mirada sobre sus huellas no porque teman como la esposa de Lot quedar convertidos en estatuas de sal sino para no ver rodar cuesta  abajo las cabezas y esperanzas de los “reclamantes de tierras”.

En la media centuria de cruenta lucha fraticida en el campo de Marte se ha ofrendado la vida de muchos de los mejores soñadores colombianos  y, desde luego,  también,   las vidas de miles de soldados hijos de madres colombianas pobres, quienes por gusto, necesidad u obligación se han puesto del lado de los vándalos en el poder. 

No hay duda alguna que la solución política de las causas objetivas, que engendran obligados soñadores,  siempre ha estado presente en el alma de los guerreros. Y tampoco hay duda acerca de que esta es la razón principal que hoy mantiene a los herederos marquetalianos  conversando en La Habana sobre cómo poner fin al conflicto social y armado.  Pero la verdad verdadera, que ha llevado a la insurgencia y al Gobierno a  La Habana, es que en el campo de batalla no ha habido vencidos ni vencedores. Claro que muchos, de manera suspicaz, se preguntan si  ¿el no haber podido cosechar los frutos de justicia y paz mediante los fusiles, en apenas cincuenta años, ha terminado por minar los sueños?  ¿Si los curtidos guerreros  comienzan a  entonar el verso   de  Neruda, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos…”? ¿Ya  no los trasnocha la toma del poder?

Otro aspecto nodal de las conversaciones entre guerrillas y Gobierno (el ELN quiere entrar en el proceso) está en lograr consensos dado que lo perseguido por unos y otros se ubica en esquinas  muy distantes; a pesar que existe una agenda básica con las FARC de cinco puntos no hay meridiana claridad sobre si los temas  que se discuten    al final  entrarán en los posibles  acuerdos en La Habana; hasta ahora se entiende que    las FARC persiguen  la paz con justicia social (remoción de las causas que los obligaron a empuñar las armas) y el Gobierno pretende simplemente la desmovilización y el desarme de la insurgencia. La estrategia del Gobierno consiste en dejar que las FARC hablen y hablen  sobre toda la problemática que afecta a la sociedad, y luego el atormentado jefe de negociadores  Humberto de la Calle Lombana dice no a todos los planteamientos de la insurgencia.

Cualquier análisis al respecto, también, debe tener en cuenta que, al no existir claros vencidos o vencedores,  por un lado la oligarquía quiera preservar el statu quo sin cambiarle una coma y por otro la guerrilla aspire siquiera a la mínima resolución de las principales causas que los mantiene en armas.   De acuerdo a lo divulgado a través de los medios de comunicación   el Gobierno no se ha movido un ápice de su posición inicial de no aceptar algo que  altere  mínimamente estructuralmente el statu quo (léase privilegios acumulados a través de décadas de dominación) Se afirma que el conflicto social sólo se resolverá durante la post guerra. Pero se tiene que ser un verdadero iluso para creer que esto será posible, si no se logró mejorar en algo la situación de penuria del grueso de la población mediante la presión de los fusiles menos será  sin estos.


Cabe preguntar, ¿y si, como es de esperar, el imperio no permite alteraciones al statu quo, habrá firma de paz?  

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