Libardo Sánchez Gómez*
En el hombre como en los
demás animales el miedo es la
constante; miedo a las enfermedades, a los depredadores,
a los microorganismos, pero principalmente, no sin fundamento, a los otros hombres. El miedo es el eje de la dominación por parte
de las clases hegemónicas, a nombre de éste se explotan las masas y prósperos
países son invadidos y convertidos en estados fallidos.
El capital corporativo, ente rector mundial, teme
de manera enfermiza al comunismo por
ser, según éste, una “fuerza desordenadora del orden interno”, y es el enemigo universal por excelencia el
cual amenaza “la seguridad colectiva de
los estados”. Amenaza que ha dado origen a “la doctrina de la
seguridad nacional” la cual, a su vez, se ha convertido en el centro del accionar de los ejércitos.
La concepción del enemigo interno
se ha instaurado en la conciencia
colectiva con un enfoque terrorífico. Y se ha venido instrumentando
paulatinamente un proceso de adoctrinamiento
ideológico y político en la población
pobre, fortalecido por la situación de dependencia estructural del imperio norteamericano, el cual quiere
evitar a toda costa la proliferación de gobiernos socialistas. Se ha grabado en
la conciencia colectiva la idea de que es comunista quien se opone a las políticas de la clase dominante y, a su vez, ser comunista es ser terrorista. Así mismo, los máximos representantes del comunismo
internacional, así no sepan qué es eso,
son los campesinos reclamantes de
tierras, los sindicalistas, los defensores de derechos humanos y, por supuesto,
los alzados en armas; y estos representantes del “ente maligno” son los
causantes de la violencia, el hambre y la pobreza que les azota a ellos mismos y al 99% del resto de sus congéneres.
El imperio gringo, además del comunismo, idea diversos “enemigos internos” según sus conveniencias
geoestratégicas de dominación global; por ejemplo, creó el Estado Islámico EI; El
llamado Estado Islámico es la típica creación norteamericana de un “enemigo
universal”. Investigadores de la
universidad de Copenhague sostienen que
el “auto ataque” a las Torres
Gemelas “sirvió para crear el odio contra los árabes y fomentar las guerras estadounidenses
por el petróleo y la hegemonía israelí en el Medio Oriente”.
Las fuerzas militares están hechas para liberar a las clases hegemónicas de cualquier
enemigo; al ostentar el poder, por
derecho propio, disfrutan del monopolio de las armas. Magda Alicia Ahumada P, dice que “…La fuerza como una concepción general se
argumenta desde la visión de mantener y proteger a los estados frente a un
enemigo o enemigos que intenten fracturar y romper la naturalidad de su
existencia” (EL ENEMIGO INTERNO EN COLOMBIA, 2007) Disentir
del establishment es “terrorismo”
que atenta contra el orden social natural,
que otorga privilegios a los “elegidos”.
Por otro lado, en los
países colonizados, como Colombia, los
problemas sociales son un asunto de orden público y de competencia exclusiva de los militares, quienes, además, están
influenciados por la ideología anticomunista. A la fuerza pública se le ha grabado hasta en
los músculos que el comunismo estimula
la subversión. Y, como dentro
del seno de las sociedades bajo el modo de producción capitalista las
contradicciones son una olla a presión a punto de estallar, ahí están soldados y policías, evitando que
salte la tapa. Eso explica la violación permanente de los derechos humanos por
parte de los militares.
La burguesía lleva en sus genes
el temor al comunismo; sus privilegios viven en constante amenaza. El comunismo corresponde a una visión concreta
de la realidad social; ve a la sociedad como un cuerpo vivo sometido a evolución continua. Nada en el universo está inmóvil, las
sociedades tampoco, estas avanzan inexorablemente hacia formas menos
antagónicas. La burguesía es consciente
de que debe evitar que el pueblo adquiriera conciencia
de clase, pues el día que lo haga les arrebata los privilegios. Entonces, harán hasta lo inimaginable para lavarle a la
gente mente y conciencia, y así prolongarán
su existencia, y con ella la agonía de casi
toda la humanidad.
En Venezuela, con el comandante Hugo
Chávez, nació un formidable enemigo, el llamado Socialismo del siglo XXI, e iba metiendo miedo a la oligarquía
transnacional. Y aunque la amenaza fue de forma y no de fondo, pues la
oligarquía no perdió sus riquezas sólo parte de sus privilegios, el imperio
dirigió todas sus baterías en ayuda de la burguesía local desplazada del poder.
El pueblo vive en medio de la disputa a
muerte por el poder entre la oligarquía
tradicional (oposición) y aquellos burócratas, que gracias al poder otorgado por el pueblo y a
la corrupción, se convirtieron en los nuevos burgueses. La diferencia entre
unos y otros está en que los tradicionales dependen del imperio y los nuevos
(socialistas del siglo XXI) mantienen un discurso antiimperialista. La otra
diferencia está en el enfoque, los tradicionales defienden el capitalismo
clásico o salvaje (neoliberalismo) y los otros son de corte Keynesiano (rostro humano, gracias a una mayor
intervención del Estado) Y así las cosas la pobrería no sabe para cual lado coger. No obstante, las
bases chavistas han venido adquiriendo
alta conciencia de clase, y han
aprendido a identificar al enemigo de clase. Por eso les da lo mismo votar por el PSUV o por la MUD.
En todo el largo proceso de la Revolución
Bolivariana, el pueblo no sólo aprendió a identificar a sus enemigos sino que
asimiló dos cosas fundamentales, por una lado que no puede ceder la dirección del movimiento
popular a caudillo alguno, que por el contrario debe conservarla en sus manos
de manera comunal; por otra lado le quedó claro que no es a través de las urnas
que puede acceder y conservar el poder, serán las armas las que le otorgarán la
libertad. Las transformaciones sociales, como el cambio de cualquier paradigma,
no se logran de manera pacífica, y no
solo lo dijo Marx sino el mismo Van Pope. Basta recordar la sentencia de Marx, “ …Una
revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto
por medio del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte
por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el
partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este
dominio por el terror que sus armas inspiran a los reaccionarios”.
En Colombia también se vive una
situación social candente, a pesar de la
probable entrega del movimiento guerrillero la lucha de clases (expresada en
una prolongada guerra civil) sigue in crescendo. Lamentablemente las bases populares, también, van por
un lado y la cúpula por otro. Si bien la insurgencia no fue vencida en el
campo de batalla viene siendo conquistada por la oligarquía, por decir lo
menos, sin pena ni gloria en la Habana en la llamada Mesa de diálogos. No obstante, la oligarquía no puede cantar victoria, quedarán
intactas la mayoría
de la guerrillerada de base y gran
cantidad cuadros (comunistas clandestinos) políticamente educados con una gran
conciencia de clase. Estos serán los encargados de continuar llevando
en alto la bandera que
ahora la cúpula guerrillera quiere arriar.
El desarrollo dialéctico de las
contradicciones en el seno de la desigual sociedad colombiana no parará con la
entrega de un grupo de alzados en armas. Además, será un asunto de instinto de conservación, pues
mientras los alzados en armas están instrumentando la entrega de estas, la
oligarquía empresarial y terrateniente incrementa el rearme de miles de
mercenarios (paramilitares) para borrar
de la faz de la tierra a los guerreros desarmados.
La nueva etapa de la confrontación
entre enemigos de clase en Colombia será aún más intensa y cruenta que la hasta
ahora conocida, y contará con la participación de movimientos populares con más
conciencia social. Así lo evidencia Cristian Camilo Barrera (El 2016 en Colombia, ¿el año de la paz y de
la crisis económica?) “Resulta evidente
la dinámica ascendente de la movilización popular en el país a partir de la
Minga indígena del 2008, y en la actualidad, con la existencia de
organizaciones sociales diversas de tipo campesino, afro, indígena, de mujeres,
juveniles y urbanas el campo popular se ha ampliado, diversificado y
fortalecido. Actores relevantes como la cumbre agraria étnica campesina y
popular proyectan el 2016 como un año para la movilización y como un año
determinante en las luchas de los
sectores sociales que también están proyectando sus apuestas de paz en Colombia”.
¿Tendremos que afrontar otros cincuenta años de confrontación armada para lograr la liberación definitiva?
*DMV. U Nacional de Colombia. MSc. Economía. PU. Javeriana.
Esp. NAS. Profesor universitario.
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